Beatriz Alarcón García



lunes, 26 de enero de 2009

La montaña orgullosa

Esto ocurrió hace mucho tiempo, aunque hay quien pueda recordarlo. Hubo un planeta pequeñito, muy joven, completamente liso, y le salió una montañita que creció hasta quinientos metros.
Así estuvo un millón de años, pero en este tiempo comenzaron a surgir en la llanura otras montañitas, que también crecieron. La montaña primera, irritada por la pérdida de su dominio, hizo esfuerzos y creció trescientos metros más. Y a medida que transcurría el tiempo, creció algunos metros en proporción a su orgullo... Hasta que comprobó que en sus cumbres ya no había vida a causa del frío y de los fuertes vientos, contrastando con las otras montañitas, acariciadas por suaves brisas y cubiertas de árboles donde anidaban mil clase de pájaros. ¡Qué envidia! Por fin no lo pudo aguantar más y estalló convertida en fiero volcán, envenenó el aire, mató toda vida, desoló sus propias laderas, secó y arruinó todas las montañas a su lado. Pasada la furia loca, vio su obra, y... apagándose, se arrepintió.
De sus laderas brotaron lágrimas en forma de fuentes purísimas a cuyas aguas regresaron de nuevo los pájaros y con ellos las semillas. Volvió a brillar el sol cuando se disiparon las cenizas. Como su tierra era nueva, salida de las entrañas del planeta, rica en minerales y gérmenes de vida, la montaña se hizo pronto hermosa, muy verde y adornada de nubes que le dieron sombra y caricias.
Su vida se contagió a las otras tierras y siempre vivió erosionándose, callando, humildemente, convirtiéndose en un frondoso valle de ríos y bosques que aún hoy se puede reconocer. Existe aprendizaje para todos. Para los que se sienten como la montaña que una vez fue egoista, todavía hay tiempo para florecer. Para los que están a punto de volverse volcanes, pueden evitar llegar más allá. Pero nunca es demasiado tarde si actuamos HOY con HUMILDAD.
por Fray Fernando Rodríguez

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